martes, 23 de septiembre de 2014

Instagram y yo

 Hace una semana estaba a punto de contaros lo mal que nos llevábamos, que no nos entendíamos y que estaba dispuesta a romper con él definitivamente…. Sí, eliminar ese precioso icono tan vintage del escritorio de mi HTC. Teníamos problemas. Como Vaquerizo con los teléfonos táctiles, ¿os acordáis del reality de Alaska y Mario cuando iba a comprar un móvil y rechazaba todos los que no tenían botones? Pues eso.

Ahora os digo que ni loca. Me he viciado, qué le vamos a hacer.


 Todo empieza poco a poco, que si pruebas a subir una foto, que si te animas con otra… y de repente salta el corazoncito y se pone naranja. Y claro, no lo puedes evitar… miras y ahí está, a veces ya erais amigos y a veces no le conoces de nada. Y es de muuuuy lejos. Y ya te has enganchado.

 Qué bonitos que son los comienzos, cuando no le ves nada malo. Lo que antes me parecía chino mandarín, ahora se parece más a jugar a una lluvia de ideas. Un hashtag me recuerda a un crucigrama, a veces encaja y a veces no. Y cuando terminas de publicar una fotografía se te ocurren varias maravillosas palabras que te harían llegar aún a más generosos conocidos y desconocidos de todo el mundo… Y aunque suene cursi, me parece casi mágico, guay vaya. De repente te sientas a ver la tele, a leer un libro o te pones a preparar la cena… y no puedes evitar tener el móvil bien pegadito, no sea que se ponga naranja el corazoncito. Y claro, puede ser de las Delicias o de Toronto. O de mi Vigo. Y luego está la pestaña de explorar, para que queremos más… esa gente dadivosa que comparte trocitos de sus cosas, de su arte o de su mundo. Buah, es que mola.



Si intento un selfie y saco la funda del móvil...
 No me refiero a los cafeses con corazoncitos formados por la cremita, a las jarras de cerveza de espuma blanquísima, que parece llevaran fairy o no se explica…, ni a los croissants de pega, o eso prefiero pensar. Tampoco a las fotos de pies. O las autofotos donde nadie jamás sale mal. Ni a las hermosas fotos de niños limpísimos y guapísimos en casas impolutas de estilo nórdico con toques retro. Con este tipo me empiezan a surgir un mar de preguntas: ¿Por qué mi casa es tan sosa y la mayoría de las veces está hecha un desastre? Yo limpio, en serio. ¿Por qué yo no metabolizo igual que “ellas” los croissants? ¿Es que ya no sé ni cocinar bonito más allá de ponerle una aceituna o un trozo de pimiento a la ensaladilla rusa? ¿Debería salir más? De todos modos a mí no me tiran las cañas así… Ah, antes que me olvide, y esto me pasa también con las películas, ¿cómo consiguen lavarse los dientes sin que se les escurra ni una mísera babilla mientras se hacen una foto a la vez y salir guap@s?

 Entonces empiezo a responderme a mí misma y ya malo. Desde luego, no sé hacer fotos de tocados. Cocino de pena y carezco de vida social. Definitivamente, no sé lavarme los dientes con dignidad y por supuesto soy un adefesio incapaz de hacerme una autofoto y salir medio decente. Ni de los pies. Vamos, que ni ir a comprar ropa y no encontrar talla.

 Pero no amig@s, esto no es malo. Es bueeeno, me hace pensar, es por mi bien… erm… ya os digo que Instagram, hoy, es maravilloso.

 Uy, creo que se ha iluminado la pantalla de mi móvil… o tal vez no, pero debo asegurarme. No, no me miréis así, tal vez a alguien le haya gustado alguno de mis tocados… y tal vez viva aquí al lado o no…

http://instagram.com/labalacatocados

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